El espía
Esa noche me dedique a observar a todos quienes departían en las mesas, todos murmuraban diversidad de temas haciendo alarde de su inteligencia, típico de aquel lugar. La conversación de una de esas mesas llego hasta mis oídos que nunca se hacen sordos a lo que se les ofrece, cada tanto de reojo los miraba, era una pareja, algo extraña, lo suficiente como para combinar dos de esas botellas de cerveza grandes y burdas, con dos copas de vino seco. Personajes particulares como todos los que acuden frecuentemente a tomar y a mirar los libros de alrededor, porque leer nunca lo hacen. Hablaban de amor, del amor imposible, el no correspondido. Hablan enérgicamente agitaban sus manos, se acercaban y alejaban constantemente, gritaban más que hablar. Reían, siempre reían, pero una risa nerviosa para él, que en ese momento dejaba de reír y miraba un segundo al suelo para luego sumar su mirada triste de amor a la macabra mirada de compasión de ella.
En la barra un hombre, de cabello largo y con barba se tomaba unas cervezas mientras dibujaba en su libreta sin renglones, alcance a ver que tenía cientos de dibujos, pero no se podía distinguir forma alguna en estos, o ciertamente la penumbra del lugar no me dejo hacerlo. Con rostro desolador y movimientos lentos deslizaba su pluma sobre las blancas hojas y cada tanto levantaba su mirada y observa a la mujer encargada del bar, seguro para los ojos de él una mujer de sublime belleza, rostro enigmáticamente bello y cabello de un liso hermoso. Se notaba en su mirada una tristeza muy profunda, ciega para ella, era la tristeza de estar a escasos metros de ella físicamente pero sentirla a una distancia insondable, era como si un cristal irrompible se interpusiera entre sus almas, siempre cerca pero lejos por la eternidad, esa era la fuente de dolor, dolor que escurría a borbotones sobre las hojas de su libreta, y que de lo contrario se acumularía en el hasta matarlo de pena.
Esa misma pena era la del sujeto de la mesa de al lado, el dolor de tenerla como su amiga ahí, justo a su lado, sintiéndola entre los brazos como lo hacía en ese instante llorando para desahogar todo ese dolor acumulado, ella no deseaba ser la mujer en la que el desatase su amor, amor loco, amor incontrolable, amor que no es amor al fin y al cabo porque permanece inmóvil, a la espera de ser recibido por alguien que no lo quiere, que lo rechaza continuamente, amor que es dolor, dolor desgarrador.
Recurrente historia de bares y hombre errantes, del alcohol liberador de tormentos siempre deseado por los más angustiados, haciendo gala en ese momento tratando de arrancar de las más intensas profundidades del hombre todos sus deseos, vivos en el hombre de la mesa de al lado, pero visiblemente muertos en el ente de la barra, porque después de la muerte de los deseos y pasiones, no se es más que un ente abstracto por entre los hombres.