Tono
Se inmiscuia plácidamente en el enjambre pululante y colapsado del interior de su cuerpo, destruido irremediablemente por la fatídica ausencia de sentimientos. Después de tantos momentos que pretendían demostrar la inabarcable cantidad de pasion, deseo y amor que creía profesarle, pero que realmente fueron momentos respirando bajo un océano de mentiras. Emergia ya paulatinamente desde su interior un odio nauseabundo hacia si mismo, no tenía ella la culpa, era él, su deplorable falsedad, el continuo engaño a si mismo, intentaba respirar el aroma de la rosas donde solo dominaba el áspero olor de las hojas muertas. Odio, ira y rencor se acumulaban en su mente a tal punto de no dejarlo pensar claramente, sacándolo de sí y aventandolo violentamente de la cama para gritar a la nada y tratar de desahogar lo que ya había sido sofocado hacia mucho tiempo, la imposibilidad de satisfacer su realidad, la imposibilidad de sublimar su alma, porque el alma la crea la mente, la mente está sujeta al cuerpo, y el cuerpo es la más perfecta prisión de la que jamás hombre alguno podrá escapar, ni siquiera con ayuda de la muerte; aun así optó por la salida a la nada. Sus ojos permanecían lo más abiertos posible y sin parpadear desde que le dominó la locura, empuñó su revólver, lo giró lentamente hasta poder mirar fijamente a través del interior del cañón, lo miraba tan cerca que su retina casi se topaba con él, y disparó.